lunes, 18 de octubre de 2010

Mi historia con Pixies

Cuando conocí a Pixies tenía aproximadamente diez años de edad y supe de la existencia de la banda gracias a mi hermano, quien por mucho tiempo fue mi maestro en lo que a música se refería. Al principio como que no entendía muy bien de qué hablaban las canciones, probablemente ni siquiera me interesaba, pero me agradaba el hecho de que eran diferentes a todo lo que se escuchaba en la radio o aparecía en los medios masivos, y me requeteencantaba la cara de pendejos que ponían algunos mortales con los que se daban diálogos como el siguiente:


- ¿Qué grupos musicales te gustan?

- Ahh, pues muchos. Verás: Pixies, Nirvana, Café Tacuba... bla... bla...

- ¿¿¿Pixieeeeessss???, ¿¿¿qué es esooooo???

- Osh.


En el comentario más hipster que haré en toda mi vida, puedo decir que mi hermano y yo conocimos a Pixies mucho antes que otras personas de nuestras respectivas generaciones y muchísimo antes de que en México salieran del anonimato, y siempre los hemos tenido como lo máximo, como una súper bandota que literalmente ha cambiado nuestra existencia y por la cual sentimos la más grande admiración. Nosotros también queremos darles besos de lengua y esas cosas tan pintorescas que hacen los fans.

Cuando estuve en la secundaria escuchaba un chingo el Doolittle porque me encantaba el changuito de la portada y porque, según yo, había muchas canciones de ese disco con las que podía identificarme plenamente, y una de ellas era La La Love You. Recuerdo que se la quería dedicar a todos y cada uno de mis amores "cucarachos" (estudié en una secundaria técnica) pero nunca hice nada, esa intención sólo se quedó en fantasías cursis que tenía de vez en cuando y que ahora son recuerdos "ponedebuenas".


Pixies - La La Love You

Ya en la prepa, con más experiencia y más kilos, me hice adicta al Trompe Le Monde, una joyita a la que por poco le ponía un altar de tan pinchi buena que me parecía. En ese entonces, yo estaba enamorada del guapo del salón, un cocainómano fresa que presumía sus pantalones Versánchez falsos y escuchaba a Jeans porque, según él, la que ahora se hace llamar Patylú iba a ser su novia y estaba muy ilusionado y la manga del muerto, aunque ahora que lo pienso, debió ser medio gay para hacer público un gusto musical como ese. Respeto la diversidad sexual, pero aun así, WTF?

En fin, la canción con la que me acuerdo del fresa jugando básquetbol con unos pants que hacían evidentes sus fabulosos glúteos, es U- Mass. El tipejo nunca me peló, pero siempre que me acuerde de sus apetitosos atributos traseros, se dibujará en mi rostro una gran gran sonrisa.



Pixies - U-Mass

En la segunda parte de la prepa (por burra y floja tuve que ir a una escuela abierta), en la que fui un poco más flaca pero igual de loca, conocí a un muchacho maravilloso al cual menciono en este post. Por un regalo de él me volví mucho más fan del Come On Pilgrim y siempre que escuchaba Ed Is Dead o Levitate Me, sentía algo muy similar a la felicidad porque me venía a la mente mi amor imposible con su sonrisa de un millón de dólares. Tiempo después lo dejé de ver, pero no me tiré al drama ni me volví emo; nunca esperé que me hiciera caso porque su amistad y las cosas que teníamos eran invaluables para mí y no necesitaban de un noviazgo, simplemente fue algo que sucedió, termino y se convirtió en un recuerdo chingón. Nomás eso.


Pixies - Ed Is Dead


En la universidad escuchaba constantemente el Surfer Rosa (el póster de mi cuarto no está en venta) y el Bossanova. Ambos discos se ajustaban a mis estados de ánimo y eran una manera de llenar el vacío que sentía en esos años; no me gustaba la escuela, no me gustaban los compañeros y yo no les gustaba a ellos, huía de las relaciones estables y la vida no me ofrecía ninguna motivación. La música fue un gran refugio en esa época en la que, como dice la canción, "la vida total era una porquería, porquería", me hacía sentir mejor y de repente me ayudaba a ver las cosas como eran y no como yo las concebía; tiempo después se me pasó todo eso y Oh My Golly! dejó de ser un himno para convertirse en una rolototota con la que se puede bailar un slam pocamadre.


Pixies - Oh My Golly!

Pasó el tiempo y seguí escuchando a Pixies, pero ya sin sentir preferencia por un álbum en particular. Después conocí a A., quien ubicaba a la banda sólo por Where Is My Mind? (la pesadilla de cualquier hipster o de la policía "pixiesca") y la vida comenzó a ser bonita. Un día, mi adorado A. llegó con un regalo maravilloso: el disco de los Lados B, que como un plus incluía el video de Here Comes Your Man, y esa fue la canción que decidí asignarle a mi entonces novio porque le quedaba como anillo al dedo.


Pixies - Here Comes Your Man

Los años siguieron pasando y llegó un momento en mi vida en el que empecé a odiar con una pasión desenfrenada todo lo que se relacionaba con mi pasado, del cual no me sentía orgullosa y quería borrar de mi cabeza a toda costa. En esa serie de cosas que se tenían que ir a la basura, según yo, estaban los Pixies. Si bien todavía traía sus canciones en el iPod, no las disfrutaba como antes o de plano las adelantaba para evitarme los recuerdos desagradables o poco gratos; tardé mucho en reconciliarme con ellos, con todo lo horrible y lo chingón que viví y conmigo misma, pero lo logré gracias a que se anunció que Pixies vendría a México, 'ora sí en serio.

Una amiga muy querida siempre me hacía el favor de comprarme los boletos para los conciertos, pero por angas o mangas, no fue posible conseguir entradas para ése en particular. A los pocos días, se anunció el festival Corona Capital, que tendría como el acto más importante la presentación de Pixies; ni tarda ni perezosa, mi amiga corrió a comprar los boletos y de esa manera aseguré mi presencia en ese evento que siempre había esperado.

Este fin de semana se materializó uno de los grandes sueños de mi vida: ver a Pixies en vivo. Primero lo hice en el Corona Capital, festival al que llegué pasadas las seis de la tarde para ver a Echo & The Bunnymen, a James, a los tiesos de Interpol y, finalmente, a mis adorados músicos entrados en años pero chingones como sólo ellos saben serlo. "El eco y los hombres conejo" estuvo bien, nada sobresaliente pero al menos trajeron recuerdos bonitos; con "Jaime" vimos a Tim Booth mover el culo como carnavalera de Río y con la "Interpol" nos tuvimos que entretener contándole los granos a Paul Banks porque después de Evil su presentación fue de hueva. Mis hermanos y yo decidimos irnos con anticipación al escenario principal para no estar tan lejos y por lo menos alcanzar a ver algo; la espera casi me provoca un infarto.

Todo estaba oscuro y a lo lejos aún se escuchaba la música de Interpol; de pronto, una batería muy familiar (la de Bone Machine) dio inicio a la presentación que, para muchos, era la más esperada de la noche. Siguieron las canciones, los recuerdos, los brincos y la euforia, y a pesar de que mucha gente lucía ahuevada o no conocía muchas de las rolas ("es que sólo iban por la que sale en Fight Club", jeje), mi hermano y yo estábamos que no cabíamos en nosotros mismos, nos sabíamos todos los títulos, todas las letras y todos los acordes y los disfrutábamos como hace casi veinte años, como en el momento en el que escuchamos todos y cada uno de los discos de Pixies por primera vez.

Al regresar a casa, como cualquier adicta al internet, encendí la computadora, revisé mi Twitter y me enteré de que había una nueva fecha en el teatro Metropólitan; no me importó endeudarme, no me importó nada, sólo quería boletos y los conseguí. El lunes, de nueva cuenta vi a los Pixies acompañada de mis adorados hermanos, y nos encantó que abrieran con Cecilia Ann y que en esta ocasión tocaran más canciones del Bossanova, aunque las del Trompe Le Monde, salvo U-Mass, siguieron brillando por su ausencia. Por alguna razón (no sé si fue el lugar tan mamón o las acomodadoras liliputenses con su actitud deleznable) siento que disfruté más la presentación en el Corona Capital, con todo y que la organización y el evento en sí estuvieron de la mierda. Después de darle vueltas al asunto, creo que la principal razón es que ahí los vi por primera vez y, lógicamente, el grado de emoción era mayor, aunque también siento que la entrega de los músicos en el escenario fue distinta; seguramente el lunes ya estaban más cansados y no podíamos esperar que todo fuera igual. Como sea, los dos conciertos que vi fueron maravillosos y se convirtieron en el ambiente que propició mi reconciliación con los Pixies; un amor tan puro como el que siento por ellos no podía morir así como así.

El día del festival, ya que mi hermana y yo nos dirigíamos a casa, comenté que lo que más me gustó del asunto es que, a pesar de los años, de la edad, del sobrepeso y de tantas y tantas pendejadas de las que se quejó mucha gente que asistió a los conciertos, los Pixies salen al escenario a hacer algo que logran con maestría, que es tocar música y, lo más chingón de todo, les encanta, por ello los resultados son tan extraordinarios. No necesitamos que Black Francis eche sangre de vaca por la boca; no queremos que Kim Deal pese treinta kilos y se sobe sus partes pudendas; no hace falta que Joey Santiago modele trajes y mucho menos deseamos que David Lovering se convierta en actor de carácter o algo así. No buscamos nada de eso, no podemos buscarlo cuando se trata de cuatro dioses, de cuatro titanes que nos enseñan que para hacer algo bien hay que amarlo, desvivirse por ello, entregarse por completo y tener como recompensa una satisfacción bien pinchi grande, una satisfacción cuya retribución va más allá del dinero, una satisfacción que constituye la verdadera felicidad.

Lau dixit.