miércoles, 13 de enero de 2010

Cabello

En México tenemos una gran obsesión con el cabello. Por lo regular se nos inculca que el cabello en las mujeres es mejor mientras más largo sea, pues se tiene la idea de que una mujer que usa el pelo corto "no es tan femenina".

Hace tiempo tuve una conversación con unos amigos muy queridos, en la que discutíamos el hecho de que las mujeres con el cabello corto no resultan tan atractivas como las de pelo largo; algunos decían que eso no es verdad, otros se quedaban pensando y yo llegué a la conclusión de que es cierto. Si le preguntas a diez hombres, nueve dirán que les gustan las chicas de cabello largo, y si es negro, mejor. En cambio, si les preguntas acerca de las chicas de pelo corto, la mayoría dirá que prefiere lo contrario. En aquella discusión mencioné el hecho de que las mujeres con cabello corto que triunfan en la vida son pocas, y cuando le pedí a mis amigos que mencionaran algunos ejemplos de lo anterior, tardaron mucho en responder y dijeron muy pocos nombres.

Si la fórmula ganadora es "cabello largo y negro", definitivamente he perdido en el juego de la vida. Mi pelo no es largo ni negro, es corto y rojo, y así me gusta. Lo que no puedo negar es la importancia que le damos todos al asunto del cabello, tanta, que hasta un cuento de Faulkner se llama así, Pelo, e incluso en un relato de Emilia Pardo Bazán, un hombre llega a obsesionarse con una cabellera.

Pero bueno, después de tan largo preámbulo, dejaré tanto verbo e iré al sustantivo.

Según yo, tenía la idea de dejarme crecer el pelo y apegarme a las preferencias del sistema (excepto por lo del cabello negro, porque me gusta más el rojo), pero de un tiempo para acá empecé a notar que mis greñas cada vez se veían peor, más ásperas y maltratadas, además de que no brillaban tanto como antes. Como tengo un evento importante en puerta, me resistía a cortarme el cabello, pero llegó un momento en el que de plano no soporté verme con semejante cabellera, así que fui a que me lo cortaran.

No sé qué sucedió, pero en el instante en que salí de la estética, sentí que me había quitado un peso de encima. El cabello que me cortaron llevaba la angustia, las lágrimas, los sentimientos negativos y todo lo que me afecta en la vida; llevaba también los sucesos desagradables que tuvieron lugar en los últimos meses del año pasado. En fin, ese pelo que acabó en el suelo cargaba con todo lo que me disgustaba, y quedó donde deben estar las cosas que no sirven: en la basura.

Ahora me siento con más energía, y aunque las cosas a veces no marchan como quisiera, o no me salen al primer intento, no me lo tomo tan a pecho. Fue tanto el cambio, que al quitarme todo ese cabello despertó en mí un deseo incontrolable de sonreír, de estar bien, de sentirme contenta, de hacerle como los payasos cuando no todo sale como espero. Después de quitarme toda esa carga me siento en paz, sin preocupaciones, sin la necesidad de ser perfecta y de no equivocarme, sin prisa de nada y con una capacidad muy grande para disfrutar mi vida. Estoy convencida de que este corte de cabello me brindó la simpleza que tanto buscaba.

No tengo el pelo largo, ni negro, pero me siento bien con el que tengo, porque dejó de guardar sentimientos e ideas que no me ayudaban en nada. Sonreír y estar bien conmigo misma me beneficia más que tratar de apegarme a lo que dicta el sistema, y aunque nunca seré una reina de belleza ni la campeona suprema del juego de la vida por la decisión de no usar el cabello largo, creo que ya gané lo que quería, y eso era estar en paz con mi persona.

Lau dixit.

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