martes, 9 de junio de 2009

Odio el metro

El día de ayer me fui al trabajo en metro, por acompañar a mi hermana. Siempre que viajo por ahí me tardo más que si me fuera en pesero, pero por la familia, por la sangre, uno hace lo que sea.

Todo iba bien hasta que el tren comenzó a tardar, empezó a haber más gente y los trenes que iban en dirección contraria pasaban y pasaban sin que viniera uno solo de regreso. Mi reloj bling bling me indicaba que se hacía más y más tarde, y yo ya me sentía desesperada, porque sabía que además de irme de pie todo el camino, no me daría tiempo de maquillarme e inevitablemente me agarrarían las nalgas o las chichis.


El trayecto, tal como lo supuse, fue una pesadilla. En un momento sentí que me desmayaría por la falta de aire, y si no por eso, sí por los olores que despiden los pasajeros que no hacen el favor de lavarse el hocico o el culo. Definitivamente fue el viaje más largo de mi vida.

Por si fuera poco, llegué tardísimo a la oficina, y justo cuando entré y me disponía a checar (sí, ya checo, jeje) vi que mi jefa y el boss de bosses, el chief de chiefs o como quiera que se diga jefe de jefes, estaban ahí, también llegando. Me dio muchísima pena, porque como iba sin maquillaje y greñudísima, seguro pensaron que me levanté tarde y no que tuve un incidente con el horroroso transporte que es el metro.

Con seguridad puedo decir que odio el metro, porque siempre hace más largos mis trayectos más cortos, y aunque es una maravilla pagar dos varos por viaje, no estoy dispuesta a peder mi tiempo de la manera más pendeja, es decir, sin que sea mi culpa.

Otra cosa que odio es que los peseros hagan base, y odio aun más que te digan que te pases a la unidad que viene atrás o a la que está adelante. Pinches conductores huevones, si no quieren llegar a la base, ¿para qué rayos dejan que la gente se suba?


Hay ciertas cosas que simplemente nunca entenderé.

Lau dixit.

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