martes, 7 de junio de 2011

Perritos en bolsa

Ayer fui a una plaza comercial y me topé una chica de esas a las que todos los hombres voltean a ver, sobre todo por la diminuta vestimenta que las atavía. La observé con detenimiento, y noté que llevaba un perrito en una bolsa. Los que íbamos detrás de la muchacha podíamos ver la cara de tristeza del animalito que asomaba por un hueco del bolso que fungía como su medio de transporte, podíamos sentir la aflicción de la que era objeto.




No puedo pensar en nada más triste que una libertad limitada. Ir dándole la espalda a la vida porque alguien más te obliga. Existe la opción de la rebelión, pero implica sacrificar ciertas comodidades. Y también implica comprometer a nuestro verdadero yo. Ciertamente, la mascota no va a zamparse la mano de la dueña no sólo porque la encerrarían en la perrera, sino porque ser agresiva no es parte de su naturaleza. Tendrá que aceptar ese terrible porvenir como accesorio de una mujer a la que no parece preocuparle (o interesarle, más bien) nada. O luchar por la vía pacífica (y lenta).

La existencia está colmada de deseo. El deseo, como bien decía Buda, es sufrimiento. Podemos desear un perrito. Desearlo con todas nuestras fuerzas. Y cuando al fin lo tenemos, somos felices unos cuantos días. Después se nos pasa. Sucede lo mismo que con otros objetos y seres que también hemos deseado. Mientras no los sentimos nuestros, sufrimos. Cuando están en nuestras manos, cesa nuestro sufrimiento y comienza el de alguien más. A veces preferimos satisfacer mil deseos que conquistar uno solo. Y el sufrimiento es perpetuo.

Yo también deseo, no puedo negarlo. Cuando me doy cuenta de que al satisfacer un deseo surgirá otro, pongo las cosas en perspectiva. Veo que puedo hacer sufrir a otros, no sólo a mí misma. Igual que a un perrito en bolsa. No puedo privar a nadie de su libertad. No puedo confinar a nadie en una bolsa que no permite la movilidad ni la respiración. Los deseos son perritos que se ven limitados por accesorios de mujer. Son perritos que quieren echarse a andar y no pueden. Son perritos que necesitan ser amados y tratados con respeto. Cuando uno quiere y respeta a su perrito, cosas maravillosas suceden. El animalito se convierte en un ser de luz. El amor le aporta esa luz. Y es precisamente con amor que el deseo deja de ser sólo eso. Se convierte en un propósito. Cobra sentido. Y de este modo, deja de ser sufrimiento y se transforma en oportunidad.

Me gusta la idea de que un día de estos no existirán más perritos en bolsa porque todo el deseo del mundo se habrá ido, y habrá dejado en su lugar todo el amor que tanto hace falta. Me gusta la idea de conquistar deseos, más que satisfacerlos. Me gusta la idea de ser libre, de echarme a andar y dejar el sufrimiento atrás. Me gustan los perritos. Me gusta la vida. Me gusta todo. Qué dichoso momento es éste.




How Much Is That Doggie In The Window - Patti Page (La letra se puede ver aquí.)


Lau dixit.

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