viernes, 30 de diciembre de 2011

Music when the lights go out

Como he mencionado en algunas entradas de este humilde blog, amo la música. La mayor parte de mi vida gira en torno a ella. No concibo realizar mis actividades sin la compañía de esa amiga que no espera nada de mí, que me quiere incondicionalmente y que se adapta a lo que vivo, pienso y siento.

Este año que casi termina, asistí a muchos conciertos. Hay gente que gasta su dinero en comida, pero yo no lo hago, porque engorda. Hay gente que gasta sus recursos en ropa, pero yo no lo hago, porque no me gusta o no me queda. Hay gente que gasta lo que tiene en viajes, pero yo no lo hago porque nunca hay tiempo. En fin, cada quien tiene su manera de satisfacer sus gustos; la mía es, por supuesto, ir a conciertos.

Me gusta estar en la multitud, esperando a que aparezca el artista en el escenario. Cuando empieza a sonar la música, me entrego al momento. Cuando me entrego a la música, se me olvida todo. En especial lo malo. Se me olvida aquella persona que me engañó y a la cual no quiero volver a ver nunca. Se me olvidan los pensamientos negativos. Se me olvida, por ejemplo, ese amigo que dice quererme pero le avergüenza que otros lo sepan. Se me olvida que me siento mal. Se me olvida que me duele algo. Se me olvida, en pocas palabras, la flaqueza del espíritu.

Otro aspecto que me encanta de los conciertos es que recuerdo cosas buenas. Y, lo mejor de todo, que esas cosas buenas superan por mucho a las cosas malas que se me olvidan. Cuando la música invade mi ser, recuerdo que estoy viva y que estoy ahí, formando parte de una historia. También, recuerdo a A. que, más que mi amigo, es un ser que le da luz y sentido a mi existencia, y que sin importar lo que suceda, estará a mi lado siempre. Recuerdo los momentos en los que he sido más feliz. Recuerdo la risa, la dicha, el gozo perfecto. Recuerdo que la música me hace invencible. Recuerdo que la música me da fe, me da sentido.

Dosmilonce fue un año prolífico. Vi a muchas bandas favoritas. Tomé miles de fotos. Canté cientos de canciones. Bailé cientos de compases. Tuve cientos de memorias agolpándose en mi mente. Experimenté cientos de sensaciones. Y vi a Morrissey... no tengo palabras para describir semejante acontecimiento. Por más de quince años soñé con ese momento. Por más de quince años deseé encontrarme en el mismo espacio que él. Por más de quince años deseé corear sus canciones. Por más de quince años deseé ser parte de una historia. De su historia. Y, desde luego, pasaron más de quince años para que escuchara esta canción en vivo:


Everyday Is Like Sunday - Morrissey

Seguramente, dosmildoce será un año pletórico en recitales. No puedo predecir si será bueno o no tan bueno, pero mientras existan esos momentos entre la multitud, esos instantes en los que las luces se apagan y de pronto todo se inunda de una canción, esos instantes en los que la música cobra vida, nada más importa...

Que 2012 sea un año musical, ése es mi mayor deseo.


Lau dixit.

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